sábado, 21 de abril de 2012

Aquellos textos del 2011

Los textos que habitan esta entrada nacieron a partir de alguna de estas dos consignas: escribir a partir de una imagen o usar diferentes voces narradoras.


DESPEDIDA
                                        por Luisa Acevedo

Lo que me hacía ir constantemente a la plaza era ese pañuelo. Solo llegar y ver el pañuelo, significaba que el sol calentaría esa tarde.
No era cualquier pañuelo, sino aquel pañuelo rosado.
Era mucho, era todo, porque ese pañuelo era más. Era un perfume que aturdía la imaginación, era el movimiento del empalme de un lado al otro, esas  piernas que lentamente cruzaban al otro lado,  a ese lugar donde yo quería ir.
Ese pañuelo rosado recorría su cuerpo cuando la vi llegar y cuando se iba, su perfume quedaba en el aire, y en mi mente también su recuerdo.
La conocí deshojando margaritas de una pila de libros que traía en su mochila, todas y cada una de las tardes que calentaba el sol.
Con sus ojos, dulcemente devoraba cada libro y yo deseaba ser aquella página que acariciaba cada tanto. Y cada tanto logré capturar su mirada, a la que sentado en el banco de al lado esperaba pacientemente ese día.
Y obtuve el primer premio aquella tarde que me habló, de pájaros elevados, de bueyes perdidos, quién sabe qué salió de mi boca entonces, porque los personajes de aquel libro los inventaba yo.
Desde ese día fueron tardes de libros y luces, de noches estrelladas y sin estrellas, desde ese día ella me pertenecía igual que el índice a las puntas de las páginas de sus libros.
Siguieron más tardes de sol y amaneceres como los capítulos de una novela, algunos con tramos tristes y otros más alegres.
Y fue en aquella plaza donde nos llegó el final, que no fue un punto y coma ni puntos suspensivos, fue un determinante punto final.



AUSENCIA
                                      por Luisa Acevedo

Ella miró su ropero y quedó tan inmóvil como aquel sobretodo colgado en su percha marrón.
Ese ropero contenía cada uno de los recuerdos que la acompañaron desde la infancia, por eso se hacía tan difícil elegir.
No era cualquier día y debía escoger con qué cubriría su cuerpo.
Sentada en el borde de su cama repasó de punta a punta su ropero, pensaba cuál de todos los vestidos adormecidos entraría en su cuerpo, aunque en ese momento era lo menos que la preocupaba. Era su casa pero ella ya no pertenecía a ese lugar.
Sería aquel vestido con flores que jugaba con la primavera que se hacía sentir?
O tal vez esa camisa de cuadros pequeños como sus ojos cuando miraba el sol que entraba desde la ventana.
Envuelta en su toalla blanca y con el pelo recogido repasaba en su memoria aquellas palabras:-Somos tan parecidos vos y yo-
Y solo esas palabras le devolvieron la sonrisa perdida hace días.
Decididamente dejó caer la toalla, soltó su pelo y tomó su pantalón a cuadros que rápidamente cubrió sus piernas cortas.
Fue hasta a la pieza contigua, abrió el ropero de su madre y soltó una carcajada al tomar la camisa celeste, aquella que la despertaba todas las mañanas para ir a la escuela.
-Ahora sí-, se dijo, -estamos parecidos- y salió con la frente en alto a enterrar a su padre.



HOY CENO CONTIGO
                           por Luisa Acevedo

Hoy ceno contigo y no sé que ponerme. Posiblemente  el vestido rojo que muestra mis rodillas, tal vez el violeta que descubre mi espalda, o simplemente  el negro que ilumina mi alma.
Hoy ceno contigo y no sé a qué apostar. Si a la sonrisa cálida que despierta a tus manos para abrazarme, quizás aquella sonrisa inocente que enciende tu pasión, o acaso la risa traviesa que sutilmente hace que te enamores de mí.
Hoy ceno contigo y no sé cómo situar mis manos. Juntas para sentir que estamos unidos, separadas por las dudas que quieras tomar una de ellas o siempre lista por si viene un abrazo.
Hoy ceno contigo y no se a qué oler. Si  a aquel perfume con el que te conocí para inmortalizar ese instante, el que me compré cuando recordé tu olor en mi almohada o uno nuevo que renueve el amor que te ofrezco.
Hoy ceno contigo y quizás hoy cenes conmigo. Tal vez para sellar ese cálido abrazo de un principio o quizás para concretar las palabras de un largo final.


                                            Él
                                                    por Luisa Acevedo
Sentada en el banco recordó lo difícil que fue entrar el mundo conocido en su maleta.
Bajó la mirada y se sintió descalza, sonrió al imaginar el roce de su piel entre las piernas.
El silbato del tren sonó como un disparo directo al corazón. Cerró los ojos como si ellos tuvieran poderes de llevarlas hacia otro lugar y cuando las abrió las sintió vacías como esas dos paralelas que se juntan al final sin llegar a ningún lugar.
Ella comprendió que ya no había más tiempo para esperarlo, sabía que él no llegaría, pero sus ojos inquietos recorrieron de principio a final ese corto espacio que separaba aquel pasado del presente siguiendo una meta.
Percibió por un instante su presencia, dudó un momento, no quería darse vuelta y encontrarse sólo con el contorno dibujado por el humo.
Pero al darse vuelta las comisuras no resistieron no elevarse hacia el cielo tanto como las mejillas humedecerse de amor.
Las miradas se encontraron y los sonidos sobraron en el aire, no había nada que decir, el instante lo dijo todo.
Arrecostado en la pared te miraba con el último aliento en medio de todo con su primer amor. Cuántas veces te recalcaron que él no se iría contigo, él no es de partir, él es de ese lugar.
Y con el último silbato del tren te emocionaste sintiendo el roce de su piel y el ronroneo entre tus piernas.




                        



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