sábado, 18 de junio de 2011

La rosa, de Marta Grané

Comparto con ustedes el cuento de la entrerriana Marta Grané del que hablamos en clase. Una escritura honda e inquietante que demuestra cómo una historia feroz puede decirse desde la metáfora.


     LA ROSA 

Matilde sale al jardín a la mañana, con un liviano vestido blanco y el pelo suelto, que toma diferentes matices según la posición del sol. La puedo observar, oculto entre los pliegues de la cortina, la veo bajar la escalera de mármol que da al jardín y caminar un poco desorientada hacia uno y otro lado, o más bien dudando antes de decidir un dirección. Las hebras doradas de su pelo atraen mi mirada, también la leve manera de caminar, casi rozando el césped con sus pies desnudos, la veo acercarse a un rosal, mirar hacia los costados y luego elegir el pimpollo más lindo, de ese color rojo intenso que tanto le gusta. También alcanzo a ver las pequeñas gotas de sangre que brotan de la palma de la mano y la manera en que ella las mira: tengo deseos de cerrar los ojos e intentar borrar aquella escena de mi mente, pero me doy cuenta de que ya es tarde, no puedo volverme atrás; la suavidad con que su mano contiene el pimpollo va hacia la otra mano y presiona el tallo con espinas hasta hundirlo en la piel, me atrapa irremediablemente. Luego, su mirada extraviada.

Algunas veces, sentados a la mesa, he observado pequeñísimas manchas oscuras en sus manos, pero ante mis preguntas, sólo he obtenido una mirada ausente y una sonrisa apenas insinuada en el borde de sus labios.
Matilde silenciosa. Matilde extraña, deslizándose por la casa con el aire de Ofelia suspirando por Hamlet, pero yo no soy Hamlet, el peso de mi mediocridad me impide comprender. Siento temor y dudas, y unas enormes ganas de escapar, pero la imposibilidad de hacerlo. Me cuestiono mil veces esta presencia mía, esta absurda permanencia fuera de mí, más allá de mis fuerzas, mucho más allá de mi vida. Esta atmósfera extraña me conmueve, esta Matilde irreal inaugura en mí la posibilidad del sueño.
Y sueño: Matilde mía, únicamente mía, arrancada para siempre de su fantástica irrealidad. Matilde amándome, y yo curándole con besos las heridas abiertas de sus manos.
Tomo conciencia de que en mi vida todo ha cambiado; atrás queda el tranquilo deambular por el mundo, el cotidiano y concreto razonar de la lógica. Delante de mí se abre la magia de lo insólito, la lucha desesperada por atrapar los sueños, por ahuyentar la locura que avanza implacable.
Sin embargo allí esta Matilde al final del camino, con un pimpollo rojo entre las manos, y en las palmas, los brazos, la cabeza, brotándole diminutos pimpollos hasta que toda ella se convierte en una gran rosa oscura, y yo me acerco y con amor la tomo entre mis brazos y aprieto su tallo esbelto con mis manos, y allí, en ellas, nítidamente aparecen las inconfundibles gotas que yo contemplo fascinado.


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